Marquerie Mompín, Alfredo

(Mahón, Menorca, 17 de enero de 1907 – Minglanilla, Cuenca, 31 de Julio de 1974) fue un dramaturgo, poeta, ensayista, crítico teatral, director de teatro, y Secretario de ayuntamiento, de primera categoría.

Siendo niño se traslada con su familia a vivir a Segovia. Su padre, militar, era aficionado a la lectura y al teatro, además de escultista y director del periódico El Alcázar de Segovia (1911). También organizó funciones de teatro, novilladas y representaciones de circo con fines benéficos, lo que hizo a su hijo Alfredo aficionarse a la farándula, como escribe él mismo en sus Memorias informales. En Segovia conoce además al poeta Antonio Machado. Trasladándose a Madrid, en 1928 se doctora en Derecho. Y se presenta a las oposiciones de secretarios de ayuntamiento, primera categoría, promoción 1930, obteniendo el num. 2.

Comienza su trayectoria en prensa escrita en el diario Informaciones de cuya redacción entra a formar parte en 1932 y del que fue crítico literario desde 1940. La misma labor ejerció en el diario ABC entre 1944 y 1960, Televisión Española y finalmente en el Diario Pueblo (1964-1973) y en La Hoja del Lunes. Fue además durante veinte años redactor jefe de Nodo, el noticiario cinematográfico español de posguerra. Escribió medio centenar de libros. Cultivó todos los géneros literarios: el ensayo, la poesía, el teatro y la novela. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura (1934), el Premio Nacional de Teatro (1953), el Premio Nacional de Libros de Texto (1959), el Premio Lope de Vega de sonetos del Ayuntamiento de Madrid (1963), el premio Luca de Tena y el Premio Rodríguez Santamaría.

Su pasión fue el mundo del circo, del cual escribió varios libros. En múltiples ocasiones actuó con fines benéficos subido en lo alto de un elefante o haciendo una entrevista dentro de la jaula de los leones.  También era un apasionado del teatro y escribió numerosas y muy afamadas críticas teatrales y ensayos sobre estas materias. Hizo versiones de Medea de Euripides y de Las nubes de Aristófanes. A pesar de sus ideas muy conservadoras en lo político, es justo reconocer su gran independencia y criterio a la hora de distinguir como crítico entre buen y mal teatro, buscando siempre el buen gusto: frente al «torradismo» de los años cuarenta buscaba la comedia de ingenio y fustigaba sin piedad el humor rancio de los Leandro Navarro, José de Lucio, Luis Tejedor, Luis Fernández de Sevilla y el citado Adolfo Torrado, abriendo el camino al teatro de Joaquín Calvo Sotelo, Víctor Ruiz Iriarte, Miguel Mihura etcétera. Defendió el teatro anglosajón del momento, el teatro clásico francés clásico y el alemán de vanguardia. Fue el primero en defender la calidad literaria del teatro de Enrique Jardiel Poncela y en acuñar la expresión teatro del absurdo, pero defendió la primacía en el tiempo de Miguel Mihura y Jardiel frente a Ionesco, al que negó el pan y la sal. Dedicó también libros a los dramaturgos Alfonso Paso, de quien alabó la primera época y despreció su claudicación comercial, y Carlos Arniches.

También trabajó como corresponsal de prensa, lo que le llevó a viajar por Marruecos, Inglaterra, Alemania, Francia, Polonia y Rusia. Murió en un accidente de tráfico junto a su esposa, Pilar Calvo Rodero, que conducía el vehículo.