“La Jana” y “La Mercantil” de Fernando Gómez Hurtado

Fernando Gómez Hurtado nació el 12 de noviembre de 1936 en La Rábita (Granada) y se afincó en Vizcaya cuando contaba tan solo dos años de edad. Abogado de ejercicio, ha ostentado durante diecisiete años el cargo de Interventor general o el de Asesor Jurídico y financiero del Ayuntamiento de Bilbao, con anterioridad también ha estado como jefe provincial de Bizkaia del extinguido servicio provincial de asesoramiento e inspección de las corporaciones locales y como interventor en Galdakao, Bermeo, Basauri y Baracaldo. Se jubiló el 12 de noviembre de 1991.

 

En noviembre de 2009 publicó la novela “La Jana”

Es el relato de la suerte y la desgracia de una familia de terratenientes durante los años más desgarradores del siglo XX español, mostrando cómo la humanidad siempre se abre camino frente a las adversidades de la Historia.

La novela fue presentada el 13 de noviembre de 2009 en la Biblioteca de Bidebarrieta.

 

En Julio de 2013 se publicó la novela “La Mercantil”

La novela, basada en lo que pudiéramos denominar «la erótica del poder» transita, en movimientos de ida y vuelta, entre los años más negros de la posguerra y de la infamia nazi, y los años de la transición. En consecuencia, a los miembros de La Mercantil les ha de corresponder lidiar con munícipes designados a dedo por la autoridad competente y por otros elegidos democráticamente por el pueblo soberano. Pero, para los efectos que nos ocupan, es igual que se trate de unos u otros, ya que la corrupción no es patrimonio exclusivo de los regímenes totalitarios, sino que, desgraciadamente, también florece en Democracia. ETA, que siempre procura meter las narices donde nadie les llama, también adquiere un protagonismo indeseado, pero determinante, en algún pasaje de la novela. Y entre los miembros de la empresa no faltan los donjuanes de pacotilla que, dejándose llevar por falsos cantos de sirena, están a punto de perder la vida y la hacienda, o los que, utilizando un símil taurino a la hora de entrar a matar, olvidan cambiar el estoque simulado por el de acero. Ni, por último, los que se resisten a salir del armario.